María Yela, psicóloga penitenciaria: "La gente no conoce las prisiones"

La psicóloga María Yela ha dedicado su vida a las personas privadas de libertad | RTVE

-Más del 80% de los internos no vuelve a delinquir tras cumplir condena

-"La población reclusa ha cambiado con los nuevos delitos", explica Yela

Ha dedicado su vida a la prisión, a las personas que están en prisión. Primero como voluntaria, luego como profesional, y ahora que se ha jubilado, otra vez como voluntaria. María Yela estudió Psicología en la Complutense y se especializó en Psicología Clínica e Industrial. También es diplomada en Criminología. Ha sido funcionaria del Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias en la especialidad de Psicología desde 1982 y Jefa de Servicio de Medio Abierto.

María es miembro honorífico del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, directora asociada del Anuario de Psicología Jurídica, miembro de la Revista de Estudios Penitenciarios y una eminencia en el ámbito de la psicología penitenciaria. Entre otros galardones cuenta con el premio Victoria Kent del Ministerio del Interior, la medalla de plata al mérito penitenciario y la medalla Concepción Arenal. Actualmente es la responsable de Pastoral Penitenciaria en la archidiócesis de Madrid. “Yo he aprendido mucho con los internos. Me han dado mucho ejemplo”.

PREGUNTA: ¿Cree que las cárceles son necesarias?

RESPUESTA: Las cárceles todavía son necesarias para algunas personas, aunque hay muchas que podrían cumplir su pena con medidas alternativas. De hecho, ese es el avance por el que estamos caminando. Pero hay personas peligrosas y la sociedad tiene que defenderse. Entré en prisiones de joven diciendo que las vería extinguirse. No las he visto extinguirse y creo que desgraciadamente son necesarias, aunque no tanto. 

P: ¿Cómo han cambiado desde que empezó, a finales de los 70, hasta hoy?

R: Ha cambiado el Código Penal, ha cambiado la sociedad. Lo que antes era delito ahora no lo es y viceversa. Los delitos ecológicos antes no estaban recogidos. Existían, pero no eran delitos en el Código Penal. Los delitos de género, los relacionados con nuevas tecnologías, los de seguridad vial... Todo eso no existía.

P: ¿Y el perfil de los internos?

R: Cuando yo empecé como voluntaria, a finales de los 70, estaba directamente relacionado con el drama de la heroína. Se sabía que la heroína no era buena, pero no se sabía lo mala que llegaría a ser y todo el drama posterior con el sida. Ahora es una población más "normalizada". Hay menos internos dentro de las prisiones y hay muchas más medidas alternativas para el cumplimiento de condenas.

P: Con los nuevos delitos parece más fácil caer preso.

R: Nos puede pasar a cualquiera por un accidente de tráfico. Pero los internos están separados por módulos atendiendo a su peligrosidad. Los psicópatas, que están muy estudiados, en la calle son un 4% de la población y dentro de la cárcel se calcula que son un 7%. 

Desarraigo y miedo a la libertad

P: ¿Cuáles son las tareas de una psicóloga penitenciaria? 

R: Acoger, diagnosticar, ver qué necesita cada persona, qué delito ha cometido y, en función de todo esto, decidir qué programa se puede trabajar con él. Los internos también tienen que opinar porque estos programas son voluntarios. El psicólogo está en las juntas de tratamiento y votamos permisos y libertades. No es fácil porque esto a veces entorpece y condiciona nuestra labor. Desde el primer día de ingreso vamos construyendo la libertad. La tragedia es cuando les va llegando la libertad y no quieren salir porque se han acostumbrado a la cárcel. Acabo de ver un caso que estuvo de joven en la prisión y ahora tiene 70 años. Está mayor y no quiere vivir fuera. No tiene arraigo. Me dice que está planteándose cometer un delito para volver.

P: ¿Puede ir a la cárcel alguien tan mayor?

R: Hay una idea muy extendida de que con 70 años no se vuelve a la prisión. Eso no es así. Si uno comete un delito con 70 o con 75 años, claro que va a la cárcel. Otra cosa es que se estudie la posibilidad de que cumpla en un grado más abierto o de que tenga la libertad condicional si ha decrecido su peligrosidad. Pero si la peligrosidad es alta tiene que cumplir.

Cárceles en el extrarradio

P: Otra de las cosas que parece que han cambiado es la ubicación de los centros penitenciarios. ¿A qué cree que obedece este sacar las cárceles de las ciudades y ponerlas en polígonos o en descampados con una accesibilidad difícil?

R: Ocurren varias cosas. Por un lado, los terrenos son más baratos, y ahí hay una razón económica. Pero, por otro lado, es un estigma que ha habido siempre, por eso la prisión siempre se construía lejos de las poblaciones. Lo que pasa es que las ciudades iban ampliándose y entonces terminaban asumiendo las cárceles, pero siempre estaban lejos. 

P: Parece que la imagen que tenemos en España de los centros penitenciarios no se corresponde con la realidad.

R: La gente, en general, no conoce las prisiones. Cuando llegué a mi primer destino, en Lugo, iba con una planta que me regalaron para que creciera conmigo y con ellos. Y me dice el director que no se puede meter una planta porque en la tierra pueden esconder heroína. Ahora, en las nuevas prisiones, -que no digo que sean más humanas- hay jardines, hay talleres de jardinería, agricultura, etcétera. 

P: Tenemos la sensación de que las cárceles son como una universidad de delincuentes y que nadie se reinserta.

R: Eso es una realidad en algunos casos, pero no en todos. Las personas evolucionamos y  ante un frenazo de estos te replanteas tu vida. El 80% no reincide y eso no lo sabe la gente. Y si hay tratamientos, el porcentaje todavía se reduce más. También en España las condenas son más grandes por los mismos delitos que en el resto de los países europeos. Eso es así. Hay menos delitos y, sin embargo, cumplen más tiempo. 

P: ¿Son mejores las cárceles españolas que las europeas?

R: En España hay que mejorar mucho, pero a nuestros internos alemanes, italianos, franceses, ingleses… les decimos que pueden ir a cumplir a sus países y no quieren porque hay muchas más horas de celda y menos tratamiento. Aunque en sus países hay más trabajo, eso sí. O sea que unas cosas por otras. 

P: ¿Hay el mismo porcentaje de suicidios en la cárcel que en la calle?

R: Es mayor, sí. No muchísimo mayor, pero es mayor. Porque en la prisión se viven situaciones muy duras y a veces no se ve el futuro. Desde el momento de ingreso, con las entrevistas, les digo que no se pongan más rejas de las que ya tienen porque de las rejas mentales es mucho más difícil salir. Les pasamos una prueba y si dan datos suficientes se les incorpora al Programa de Prevención de Suicidios. Dependiendo del grado de riesgo se evalúa cada día, cada semana o cada mes. En la prisión se trata a la muerte de tú. 

"El perdón libera mucho"

P: ¿Cómo empezaste con la justicia restaurativa?

R: Mi primer contacto con la justicia restaurativa fue en Ocaña, en los años de plomo. Allí ETA había asesinado a psicólogos y médicos de prisiones y había algunos que querían dejar la banda. Era un tema muy delicado porque había muchas presiones. Estuve con ellos y con un chico que había matado a su cuñado, el marido de su hermana gemela, y querían que nos pusiéramos en contacto con las víctimas. Pedí autorización, me la dieron. Todavía no sabía. Ahora hay unos protocolos muy bien diseñados. 

P: ¿Cómo funciona?

R: Es muy importante, primero, escuchar a uno y luego escuchar al otro. Preparar a uno y preparar al otro. Y luego que se encuentren porque así lo desean. Cada uno se libera de su mochila: uno del daño que ha hecho y otro de la rabia y el odio que siente. El perdón libera mucho.

P: La reinserción es uno de los objetivos de las cárceles, pero parece que la sociedad se resiste a dar segundas oportunidades.

R: Hay que ser conscientes de que esas personas van a salir sí o sí porque en España no existe la cadena perpetua. Entonces, cuanto más hagamos para que esas personas reflexionen y tengan contactos en la calle será mejor para todos. Yo creo que la sociedad lo va viendo poco a poco. Lo que pasa es que solo sale lo negativo y hay muchas cosas buenas.

P: ¿Por qué decidió ayudar a las personas en las cárceles?

R: Nos tenemos que remontar al año 77. España estaba en plena transición y se amnistió a los presos políticos y los que no eran presos políticos se quejaron. Hicieron motines, subieron a los tejados, quemaron las celdas... Yo era una adolescente y dije ¿de qué se quejan si comen gratis? Y mi padre, que era psicólogo y un buen hombre, me dijo: "María, hay que escucharles y hay que responderles". Y entonces dije, pues yo me dedicaré a ello. Me metí en Psicología. Fui voluntaria en Carabanchel de joven, haciendo idiomas y teatro con ellos para ver si yo servía o no, quería probarme a mí misma. Fui viendo que aquel era mi lugar. En cuanto terminé la carrera aprobé las oposiciones y me fui a Lugo, a una prisión de jóvenes.

P: Y continúa ayudando.

R: Una vez jubilada, pues sigo. Antes de jubilarme ya era voluntaria de Pastoral Penitenciaria, y trato de ayudar de mil maneras: acompañando antes de que entren a los juicios, orientándoles sobre en qué prisión podrán cumplir mejor, con los juzgados, viendo si hay alternativas de cumplimiento para que no tengan que entrar a cambio de algún servicio a favor de la comunidad o algún tipo de programa. En la prisión, y también después de la cárcel, porque es un momento muy soñado, pero muy difícil: es la vida. El tiempo de la prisión a veces anquilosa a la gente.