En la madrugada del domingo de Kabul en un barrio acomodado de la ciudad, el líder de la banda terrorista Al-Qaeda, Ayman al Zawahiri, se hospedaba en un apartamento junto a su familia cuando fue sorprendido por un ataque con drones estadounidenses que cargaban con varios mísiles de alta precisión, conocidos como misiles Hellfire.
Un alto funcionario de la Casa Blanca explicó en una llamada con periodistas que construyeron un modelo del edificio que le mostraron a Biden en la Sala de Situación, lugar reservado para abordar las operaciones de alto riesgo. El presidente se interesó por el tiempo en Kabul, por la estructura de la casa y por la probabilidad de que se produjeran bajas civiles antes de autorizar que dispararan, siempre según el alto funcionario.
La operación “no causó más víctimas civiles”, añadió. Biden, que está confinado de nuevo desde el sábado por una recaída por covid, habló desde la Casa Blanca: “Se ha hecho justicia”, sentenció en un mensaje de siete minutos emitido desde una de las terrazas del complejo, con los monumentos de Washington y Jefferson de fondo. “Este terrorista ya no podrá volver a actuar. No importa cuánto tiempo pase, ni lo mucho que traten de esconderse. Quienes amenacen Estados Unidos deben saber que los encontraremos y los liquidaremos”.
El anuncio de este éxito en la lucha antiterrorista se produce dos semanas antes de que se cumpla un año de la caótica retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán, salida que permitió el verano pasado a los talibanes recuperar el control del país 20 años después de su derrocamiento. Aquella decisión que pareció improvisada marcó el pasado agosto el punto más bajo de la presidencia de Biden hasta la fecha, un golpe del que en cierto modo aún no ha conseguido levantarse en términos de reputación y de valoración ciudadana. La operación de este fin de semana demuestra que Estados Unidos tiene capacidad para efectuar operaciones antiterroristas de gran impacto pese a no tener presencia sobre el terreno.