La administración Trump se enfrenta a un punto de inflexión en su estrategia hacia la guerra en Ucrania. A 88 días de su investidura, el tono inicial del presidente estadounidense y su entorno más cercano, que prometía una resolución rápida del conflicto, ha evolucionado hacia una posición más pragmática y menos optimista.
Durante su campaña electoral, Donald Trump aseguraba que podría poner fin a la guerra en apenas 24 horas. Sin embargo, ese discurso se ha ido diluyendo a medida que los intentos diplomáticos de su equipo han chocado con la complejidad del escenario internacional. El propio mandatario llegó a reconocer en marzo que su promesa era "ligeramente sarcástica" y que un acuerdo real podría tardar hasta seis meses en materializarse.
Las primeras iniciativas diplomáticas de su Gobierno arrancaron en febrero, cuando el secretario de Estado, Marco Rubio, viajó a Arabia Saudí para abrir una ronda de contactos con Rusia, sin incluir a Ucrania en la mesa. Esta ausencia desató fuertes críticas por parte del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, quien subrayó la necesidad de que su país y Europa participaran directamente en el diseño de cualquier hoja de ruta hacia la paz.
Pese a las declaraciones iniciales de Trump, que aseguraban que tanto Putin como Zelenski estaban interesados en la paz, los hechos han mostrado una realidad muy distinta. Las conversaciones mantenidas en Estambul dejaron claras las diferencias, especialmente la negativa rusa a devolver territorios ocupados. Esto precedió al único encuentro entre Trump y Zelenski en la Casa Blanca, donde el clima fue de tensión y recriminaciones mutuas. Trump llegó a acusar al líder ucraniano de “jugar con las vidas de millones de personas”, mientras su vicepresidente, J.D. Vance, lo reprendía por exigir más apoyo sin mostrar gratitud.
En paralelo, la administración estadounidense cortó temporalmente el flujo de inteligencia hacia Kiev, una decisión interpretada como una forma de presión para forzar un alto el fuego. A mediados de marzo, Ucrania aceptó una tregua de 30 días promovida por Washington. Rusia, sin oponerse de forma abierta, presentó condiciones que complicaron su aplicación. Aunque se alcanzó un acuerdo limitado de “alto el fuego energético”, las violaciones por parte rusa comenzaron casi de inmediato. Solo en la ciudad de Sumy, en el noreste de Ucrania, un reciente ataque dejó más de 30 muertos y decenas de heridos.
La respuesta ucraniana fue contundente. Zelenski calificó al Kremlin de "escoria inmunda" y reclamó acciones firmes de la comunidad internacional. “Solo con presión y decisiones claras se detendrá esta guerra”, advirtió.
En medio de este ambiente, las señales que llegan desde Washington son contradictorias. Desde París, el secretario de Estado, Marco Rubio, lanzó un mensaje directo: si no se vislumbra un acuerdo viable en el corto plazo, Estados Unidos abandonará sus esfuerzos de mediación. “No vamos a seguir indefinidamente si no hay avances reales”, afirmó tras ser recibido por Emmanuel Macron.
Aun así, el discurso de Trump mantiene un tono más esperanzador. “Mi vida ha sido una gran negociación y sé cuándo me engañan. Creo que hay una voluntad real por parte de ambos para llegar a una solución”, declaró recientemente, sin precisar si su administración continuará brindando apoyo militar a Ucrania. El mandatario confía en una próxima respuesta de Putin a su propuesta de tregua, que, según él, marcará un punto crítico en el proceso.
Mientras tanto, la administración republicana camina por una delgada línea entre la presión diplomática y el riesgo de renunciar a su papel como mediador clave en uno de los conflictos más delicados del escenario global.