Las vacaciones de verano se esfumaron ayer para los 197.457 alumnos de educación infantil, primaria y especial matriculados en Galicia. Son 1.300 escolares menos en las aulas respecto al curso anterior y la estadística se encamina a un ritmo constante hacia el suicidio demográfico. Quizá por eso sorprenda que los padres del CEIP de Allariz tengan que reclamar el apoyo a la Diputación de Ourense para que la Consellería de Cultura Educación e Ordenación Universitaria reparta los 51 alumnos de cuarto curso de infantil en tres aulas en vez de dejarlos en dos como pretende. Con el cumplimiento de la ratio legal por los pelos, un profesor más no haría tiritar las arcas gallegas y la comodidad de los docentes y de los chavales también podría ejercer de atracción para que la escolarización no continúe en picado.
Las grandes empresas tecnológicas ya no buscan trabajadores titulados, sino a personal curioso e inquieto. Se han dado cuenta de que el papel aguanta con conocimientos que después no se defienden en la práctica. Algo parecido se está demostrando con el escándalo de los máster de Cifuentes, Casado, Montón... El deslustre del negocio universitario es peligroso, aunque haya servido para destapar que con apellido o cuña política todavía se puede conseguir una titulación sin castigar codos.
A los cativos de Allariz les queda mucha clase hasta llegar a la universidad, pero la presencia de sus padres peleando por lo que creen justo en la puerta del centro escolar siempre les servirá de ejemplo para conducirse por la vida. Ordenar la enseñanza en una población tan dispersa es una faena, al igual que el transporte, pero todas las escuelas tendrían que estar abiertas mientras quede un niño al que enseñar.