El alzhéimer es la forma más común de demencia, y representa entre el 60 y el 80% de los casos. De hecho, cerca de un tercio de todos los mayores de 85 años se encuentran en riesgo de padecerlo. Ante este desolador panorama, en las últimas décadas se han venido intensificando los esfuerzos en investigación para comprender sus causas y sus mecanismos, pero todavía existe una dolorosa falta de tratamientos.
Por supuesto, uno de los objetivos primordiales de estas investigaciones es encontrar vías para abordar la enfermedad, y justo eso es lo que se destaca en un reciente estudio centrado en caracterizar los genes que regulan ciertas funciones microgliales, que contribuyen al desarrollo del alzhéimer, con la esperanza de encontrar modos de revertir estas células a su estado sano.
La función de las microglias
Así lo explican los autores, adscritos a diversas instituciones académicas estadounidenses, en un artículo publicado en la revista científica Nature Neuroscience. En la pieza, explican que aunque una buena parte de los estudios llevados a cabo en el campo del alzhéimer se centran en encontrar genes responsables de la acumulación de proteínas beta-amiloide defectuosas en el tejido cerebral (una de las características claves del alzhéimer), en realidad una buena parte de los enfermos de alzhéimer no portan estos genes. En cambio, existe una cierta evidencia de que muchos pacientes podrían en cambio padecer alteraciones en los mecanismos naturales por los que el cerebro elimina estas proteínas defectuosas, en los que las microglias juegan un papel fundamental.
Las microglias son unas células que técnicamente pertenecen al sistema nervioso central, pero que en realidad cumplen con una función inmunológica protegiendo al cerebro de amenazas tanto externas (infecciones) como internas (cáncer, por ejemplo). Así, las microglias llevan a cabo un proceso conocido como fagocitosis, consistente en 'tragar' células muertas, patógenos o, en este caso, proteínas mal plegadas como el beta-amiloide.
Como decíamos, existe evidencia creciente de que las personas con alzhéimer podrían presentar defectos en la habilidad de las microglias para eliminar las proteínas beta-amiloides. Igualmente, parece ser que podrían contribuir a la progresión de la enfermedad secretando un exceso de proteínas inflamatorias que causarían la eliminación de neuronas y sinapsis (que no son otra cosa que las conexiones entre neuronas).
Técnica de edición genética
En años recientes, los científicos han encontrado una forma de identificar los genes implicados en funciones celulares específicas. Se trata de la herramienta de edición genética CRISPR, una técnica que permite modificar genes específicos y así observar las consecuencias de tales cambios en dicha función.
Así, lo que han hecho estos autores es emplear una variación especialmente compleja de la técnica CRISPR para identificar los genes en las microglias que regulan procesos como la proliferación, supervivencia, activación de respuestas inmunes o fagocitosis. Por este método, lograron caracterizar nueve estados diferentes de las microglias en función de los genes que estén en cada caso activados. Algunos de ellos conducían a funcionamientos anormales de la célula, por ejemplo inhibiendo ciertas funciones, que se relacionaban precisamente con desórdenes neurodegenerativos como el alzhéimer.
Revertir células a estados sanos
De la misma manera que la técnica CRISPR permite modificar la expresión de los genes (y de las proteínas que codifican: al fin y al cabo, un gen no es otra cosa que un set de instrucciones que las células emplean para fabricar proteínas específicas) para generar y estudiar estos estados anormales en las microglias, puede permitir revertir dichos estados.
En ello inciden los autores, que argumentan que "los cribados CRISPR en microglias humanas (esto es, el uso de la técnica CRISPR para identificar estados alterados de las microglias) tienen el potencial para exponer dianas terapéuticas que puedan 'reprogramar' las microglias de manera que se potencien sus funciones beneficiosas y se bloquee su toxicidad en la enfermedad".
Lógicamente, este método no constituye a día de hoy un tratamiento, ni siquiera uno en proceso de desarrollo. No obstante, sí que abre la puerta a nuevas vías para buscar soluciones que frenen la progresión de la enfermedad o incluso reviertan sus daños.