domingo. 24.11.2024

Según la creencia popular, el cuerpo de Walt Disney permanece congelado, en estado de hibernación, a la espera de que la ciencia encuentre la manera de traerle de vuelta al mundo de los vivos. Fumador compulsivo, el creador del ratón Mickey murió el 15 de diciembre de 1966, apenas un mes después de que le fuese detectado un tumor maligno en el pulmón izquierdo. Sin embargo, a sus restos mortales no les esperaba el hielo, sino el fuego, ya que fueron incinerados dos días después y sus cenizas depositadas en el exclusivo cementerio Forest Lawn Memorial Park, en Hollywood.

Como otra más de las historias fantásticas que salieron de sus dedos de dibujante, la leyenda de la criogenización de Walt Disney fue creciendo y propagándose a la velocidad de la pólvora; en una década, la de 1960, repleta de grandes avances científicos. Varias empresas estadounidenses habían comenzado ya a experimentar con la preservación de cadáveres en nitrógeno líquido, con la intención de poder revivirlos en el futuro. 

La primera de ellas fue Alcor Life Extension Foundation, una compañía que sigue funcionando en la actualidad, y el primer paciente que puede considerarse criogenizado fue James Bedford, un profesor universitario que murió en 1967, a los 73 años, y que se ofreció voluntario para entregar su cuerpo a la liturgia moderna de la resurrección. Los restos de Bedford aún permanecen en las instalaciones de Alcor, mantenidos a 196 grados bajo cero, junto con los de decenas de personas y mascotas procedentes de todo el mundo, incluida España.

Además de Alcor, existen varias compañías dedicadas a la criogenia humana. Las más conocidas son la también estadounidense Cryonics Institute, la rusa KrioRus y la germano-suiza Fundación Europea de Biostasis. Estas empresas no ofrecen ninguna garantía ni a medio ni a largo plazo, y sus procedimientos son caros. Básicamente, contemplan dos modalidades: congelar el cuerpo completo o únicamente la cabeza -el cerebro-. Su planteamiento nunca ha sido viable desde el punto de vista científico, ni tan siquiera ha estado cerca de serlo, pero la promesa de la vida eterna es un suculento negocio tan antiguo como el ser humano, y no les han faltado clientes.

"La congelación y criogenización de muertos, tanto enteros, como no digamos ya de trozos, como los cerebros aislados, para hipotéticamente intentar resucitarlos en un futuro, me parece un auténtico disparate y un sinsentido. Para alguien que entienda un poco de biología y de qué esta formado el cuerpo humano, es algo que se aleja totalmente de la ciencia, entrando de lleno en el escenario de la fantasía y la ciencia ficción", declara a RTVE.es Javier Cabo, especialista en cirugía cardiovascular, catedrático de Ingeniería Biomédica y pionero en España en el campo de la criopreservación tisular, especializada en su caso en congelar tejidos cardíacos para utilizarlos después en intervenciones quirúrgicas. 

Cabo forma parte de la Academia de Ciencias de Nueva York, y atesora numerosos hitos, como el de realizar el primer trasplante de corazón a un recién nacido en España, donde también fue el primero en implantar un corazón artificial a un niño. Después de completar su doctorado en Medicina, este experto se formó a comienzos de la década de 1980 en el centro estadounidense Cryolife, lo que le sirvió para establecer en el Hospital La Paz de Madrid la primera unidad europea de homoinjertos criopreservados, destinados a cardiopatías congénitas.

Un "mero procedimiento funerario"

Pero una cosa es utilizar esta técnica para conservar células y tejidos del organismo humano, como puede ser una válvula cardíaca o una córnea, y otra muy diferente es hacerlo con un cuerpo completo o un órgano tan extraordinariamente complejo desde el punto de vista biológico como el cerebro. "Congelar un cadáver no deja de ser un mero procedimiento funerario, una técnica funeraria más, al igual que lo son el enterramiento y la cremación. Eso sí, más laboriosa, y conceptualmente similar a la antigua técnica funeraria de la momificación egipcia", opina Javier Cabo.

La momificación en el antiguo Egipto tenía una finalidad principal: impedir que el difunto alcanzase el estado de putrefacción. Para ello, se evisceraba el cuerpo -a excepción del corazón-, se deshidrataba, se impregnaba con resinas y aceites, y se rellenaba con diversos materiales antes de proceder a vendarlo. 

En el caso de la criopreservación humana, o biostasis, esto se consigue mediante una serie de procedimientos que en realidad no buscan la congelación, sino la vitrificación (evitando la formación de cristales de hielo que deterioren las estructuras celulares). Tal y como explica el doctor Cabo, si un cuerpo se enfría por debajo de los 5 ºC, el agua del interior de sus células "se congela y se crean cristales de hielo, que ocupan más espacio y rompen las membranas celulares, creando un daño tisular irreversible e incompatible con la integridad celular y con la vida".

Para tratar de evitar este estallido de las células, inmediatamente después de la muerte de un paciente, un equipo de la propia empresa, que ya estaba preparado con antelación, interviene para enfriar el cuerpo, proceder a un masaje cardiopulmonar constante y suministrarle oxígeno, con el objetivo de mantener el flujo de sangre en el cerebro y en los principales órganos, antes de sustituir la sangre por una solución que ayude a conservar estos órganos, habitualmente etilenglicol o dimetilsulfóxido. El problema es que estas sustancias anticongelantes, "además de ser altamente tóxicas a nivel celular, no previenen de la formación de cristales, hecho que sigue ocurriendo sobre todo durante el descongelado, que es la fase más crítica y difícil de modular".

Finalmente, como si de un sofisticado sarcófago se tratase, el cuerpo se sumerge en un tanque de nitrógeno líquido, donde permanecerá a la espera de poder regresar de entre los muertos. "Si lo que yo congelo es un cadáver, lo único que se puede obtener en el momento de la descongelación será un cadáver, sin más, y en mucho peor estado que cuando fue congelado", expresa con rotundidad Javier Cabo, para ilustrar su afirmación con un ejemplo: “Si yo congelo un solomillo o un pescado podrido y lo descongelo posteriormente, lo que obtengo sigue siendo un solomillo o un pescado podrido, y en peores condiciones organolépticas que cuando fue congelado”.

"Se criopreserva lo que está vivo"

Para el biólogo Lluís Montoliu, investigador científico del CSIC y vicedirector del Centro Nacional de Biotecnología (CNB), empresas como Alcor o KrioRus "desgraciadamente juegan con la ignorancia de las personas, y se aprovechan de su buena fe, de la pérdida de un ser querido, e incluso ofertan la criopreservación después de que una persona haya fallecido, lo que no tiene ningún sentido desde el punto de vista científico". "Una cosa tiene que quedar clara: tú criopreservas lo que está vivo. Si está vivo un tejido, un órgano, unas células o unos embriones y los criopreservas adecuadamente, vas a ser capaz de revitalizarlos. En cambio, si criopreservas un tejido muerto, unas células muertas, lo que vas a conseguir cuando las descongeles son las mismas células muertas que tenías anteriormente", coincide con Javier Cabo.

Intuitivamente, se podría pensar entonces que la solución es fácil: congelar a la persona justo antes de morir. Sin embargo, una vez más esta idea choca de lleno "con la física y la biología". "La criopreservación de un organismo completo sigue siendo una fantasía, porque estas técnicas dependen de las características celulares, es decir, es distinto congelar una célula de hígado que un embrión, o células de la grasa, o células musculares… Cuando tú tienes un ser vivo completo tienes todos los diferentes tipos celulares, y de momento no tenemos conocimiento de un método que permita de manera segura, exitosa y reproducible congelar y descongelar todos los tejidos", explica Montoliu a RTVE.es.

Aunque tampoco descarta que en un futuro estas técnicas puedan mejorar, este biotecnólogo asegura que "después de llevar muchos años trabajando en este campo, uno se da cuenta de que los métodos para diferentes células son muy distintos y en estos momentos se me antoja bastante complicado llegar a tener uno que permita congelar órganos que están formados por tipos celulares muy distintos".

Sin embargo, la criopreservación de elementos más sencillos desde el punto de vista biológico es una técnica completamente estandarizada en el ámbito médico, con múltiples usos tanto de investigación como terapéuticos. "Lo que existe, lo que funciona, y a lo que nosotros nos venimos dedicando desde hace más de 25 años, es la criopreservación de tejidos, células y embriones a muy baja temperatura, y su recuperación al cabo de un tiempo para revitalizarlos", indica Lluís Montoliu, quien revela que a nivel clínico, esta práctica está muy extendida, especialmente en áreas como la reproducción asistida, donde es esencial en los procedimientos de fecundación in vitro. 

También es muy habitual a nivel de investigación. Sin ir más lejos, el Centro Nacional de Biotecnología, en el que trabaja este científico, forma parte de una red de centros de bancos de embriones de ratones, con más de 8.500 tipos de roedores mutantes que reproduce cada uno de ellos un modelo distinto de enfermedad, y que se mantienen conservados a la temperatura del nitrógeno líquido (-196ºC). 

"Las técnicas de criopreservación bien realizadas están a la orden del día y España podemos decir que es líder en procesos de reproducción humana asistida. Y también somos líderes en todo lo que tenga que ver con criopreservación de embriones de modelos animales, como ratones", puntualiza Montoliu.

"Cada órgano es un mundo aparte"

En esta misma línea, Javier Cabo explica que "la criopreservación ha tenido y tiene un enorme éxito en el almacenamiento de células, vegetales, tejidos y en principio pequeños animales como gusanos, así como pequeñas cantidades de tejido humano, como las células sanguíneas, óvulos, esperma y embriones", aunque destaca que "a fecha de hoy, no somos capaces de congelar ni siquiera órganos normales aislados", ya que "solo se han logrado algunos éxitos muy parciales con un riñón aislado de cordero". 

"Cada órgano es un mundo aparte", asegura, subrayando que tienen "características propias celulares, bioquímicas y físicas estructurales", lo que se convierte en un muro infranqueable a a hora de dar con una fórmula magistral de criopreservación. "Tampoco sabemos ni las temperaturas óptimas de enfriamiento, ni los tiempos necesarios para poder evitar las lesiones directas del hielo y de esta manera evitar la rotura de las membranas celulares y la posterior desnaturalización de las proteínas", agrega.

Un problema que se multiplica exponencialmente cuando hablamos de un organismo completo, al que además hay que sumar el impedimento añadido de pertenecer a alguien que ha muerto. "La criogenización de cadáveres no tiene viabilidad de futuro alguno, en cuanto a potencial de mantenimiento o extensión de vida", se muestra escéptico el doctor Cabo, quien recomienda "no dejarse engañar por meros charlatanes, y no creerse falsas esperanzas del futuro potencial de una resurrección de los muertos, porque estas expectativas son biológica y conceptualmente ilógicas e imposibles de lograr".

Igual que los rituales de momificación de los antiguos egipcios, la criogenización humana representa un acto de fe más que una hipótesis plausible. La ciencia criónica, si es que puede considerarse como tal, nunca ha ofrecido garantías ni fundamentos biológicos sólidos que respalden la posibilidad de revivir un cuerpo en el futuro, haciendo que el sueño de la vida eterna siga siendo tan frágil como lo fue siempre, desde aquellos primeros seres humanos que tomaron conciencia de su propia mortalidad.

Momias modernas en sarcófagos de nitrógeno líquido, el sueño humano