Se trata de una escuela infantil con 70 niños comprendidos desde bebés a tres años y un centro de día con 37 mayores. Los dos centros estaban comunicados y el edificio está acristalado por completo, por lo que la interacción y el contacto visual es continuo. Hasta que comenzó la pandemia, niños y mayores hacían actividades en conjunto. Los mayores le contaban cuentos a los niños, y estos le ayudaban a colocarse los mandiles, hacían gimnasia todos juntos.
Pero con la pandemia y todas las restricciones estuvieron muchos meses sin poder tener contacto entre ellos. Solo podían verse a través de los cristales, se mandaban besos y se saludaban continuamente. Siempre intentaban buscarse y acercarse, los niños llamaban a los mayores.
Los protocolos con la pandemia fueron muy estrictos. Comenzaron a trabajar en grupos pequeños y sin mezclarse. Los responsables del centro notaban que estaban apagados, al principio no entendían por que no podían tocar a los niños ni darles un beso.
Aunque no era posible hacer las actividades de manera conjunta, intentaban fomentar la interacción de otra forma. Los niños mientras estaban en el patio, los mayores se acercaban al cristal y se tocaban a través de él. A pesar de tener distancia, les daba seguridad y todos estaban contentos.
Beneficio mutuo
Para algunos mayores, estos niños son como sus nietos, y los pequeños conocen a muchos por sus propios nombres. Van creciendo con la idea de que ser mayor no significa suponer un estorbo. Les ayudan a colocar su bastón, los niños aprenden a ser tolerantes con otras capacidades. Es una simbiosis que beneficia a grandes y mayores.
Los niños sirven de estímulo positivo para los mayores que tienen más deterioro cognitivo.
Lo peor de la pandemia ya ha pasado y vuelven a estar juntos, aunque no revueltos, retomando sus actividades en común, volviendo al origen de ser una pequeña familia.